La Antártida es un continente fantástico; el último en ser explorado, el más recóndito y hostil del planeta. Tierras y mares helados, penetrados por ambiciosos cazadores que desde el siglo XVIII diezmaron varias especies de mamíferos. A ellos siguieron aventureros y esforzados exploradores, valientes cruzados que con medios precarios y mucho coraje fueron internándose en esos páramos de hielo hasta el mismo Polo Sur…
La Antártida es el único continente sin población humana autóctona, con una rica fauna marina y una flora exigua.
En esta terra australis incognita, varios países desarrollan programas y proyectos de investigación científica, cuyos temas principales son el clima, glaciología, geología, oceanografía, biología, tecnología, recursos y paleontología entre otros.
La Argentina en la Antártida
La Antártida está administrada por un instrumento jurídico especial, el Tratado Antártico vigente desde 1961. Varios países —como el nuestro— reclaman soberanía en áreas de la región.
La misión de las bases no sólo es la de mantener una presencia sostenida en el lugar, sino principalmente servir de apoyo logístico a la actividad científica, que es la médula del trabajo en la Antártida.
La Argentina es pionera en su ocupación y estudio, y ostenta el privilegio de ser el país con mayor permanencia continua en la región desde que en 1904 tomó posesión del Observatorio de la Isla Laurie, en las islas Orcadas del Sur, sobre el que se creó la Base Orcadas.
Actualmente, Argentina mantiene seis bases permanentes durante todo el año (con una población total cercana a 230 personas) y varias bases transitorias que funcionan durante la época estival, que junto a los campamentos científicos que se despliegan en distintos puntos de la Antártida, elevan la “población” de verano. En Marambio, administrada por la Fuerza Aérea, además de la dotación anual de la base hay personal permanente del Servicio Meteorológico Nacional (SMN) y científicos y logísticos de la Dirección Nacional del Antártico (DNA).
Un Jurasik Park helado
La Antártida no es lo que era, como casi todo en este mundo. Difícil imaginar que en esas latitudes fueron señores los mismos dinosaurios, cuando la zona era bastante similar a los bosques patagónicos actuales.
Entre los buscadores de dinosaurios antárticos se encuentra el argentino Rodolfo Coria, Investigador del CONICET, profesor regular de la Universidad Nacional de Río Negro, Dr. de la Universidad Nacional de Luján y Profesor en Ciencias Naturales. Coria viene excavando desde hace años el suelo helado de esa parte del mundo.
“En 2006 —refiere Coria— me integré al proyecto de Paleontología de Vertebrados de la Cuenca James Ross, dirigido por el Dr. Marcelo Reguero del Museo de La Plata, estudiando un marco comparativo de la fauna patagónica. Al estudiar ésta, pensé que determinados baches en la información se debían a la falta de conocimiento de la fauna de dinosaurios antárticos”.
La cuenca de Ross es una zona ubicada al NE de la Península Antártica, conformada por un grupo de islas e islotes entre los que se destacan Ross, Vega y la isla Marambio.
En ese lugar, las exploraciones de varios equipos de investigadores descubrieron tres linajes distintos de dinosaurios representados por diversas especies a los que se sumaron registros de vertebrados marinos y paleobotánicos novedosos.
Coria destaca la importancia sustantiva de la Cuenca de Ross: “La cuenca representa un ambiente de un período de tiempo muy acotado (entre los 90 y los 50 millones de años) y muy importante para conocer la evolución de la biota en esas latitudes. Las islas Ross, Vega y Snow Hill han aportado el registro más diverso de dinosaurios de toda la Antártida, y en Marambio está preservado el mejor registro fosilífero mundial del terciario inferior”.
Afirmar que el trabajo de campo y las excavaciones en la Antártida son tareas harto difíciles puede parecer una obviedad; sin embargo los científicos eluden las estridencias: “El clima es el factor limitante, uno trabaja cuando es propicio y eso se da pocos días; en lo que hace a la excavación y colección de muestras, el trabajo es bastante parecido al de otras latitudes” comenta un cauto Coria.
Durante el verano, los científicos destacados en la Antártida, una suerte de Indiana Jones del País de los Hielos, son trasladados en aviones y helicópteros hacia los sitios de estudio y allí viven semanas en carpas bajo condiciones climáticas por momentos extremas. La aventura del conocimiento, una aventura singular sin dudas.
Vigilando el agujero del aire
Otras de las áreas de investigación más fuertes en Marambio, con actividad todo el año, es el registro de la atmósfera, esa capa tan sutil y por momentos peligrosamente vulnerada por la Era Industrial. “Lo que hacemos básicamente es monitorear elementos y variables de la atmósfera que puedan alterar el equilibrio natural del planeta” sintetizó Gustavo Copes, científico del SMN que estuvo en Marambio durante un año y que acaba de regersar a Buenos Aires.
Copes trabaja para el Departamento de Vigilancia de la Atmósfera y Geofísica, homónimo de un programa de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). En ese marco se efectúa la medición y seguimiento de la radiación solar recibida y reflejada, gases de efecto invernadero reactivos (CH4, ozono) y no reactivos (anhídrido carbónico, CO2, vapor de agua), aerosoles, CFCs, etc. “Algunos de estos gases son conocidos como de efecto invernadero y tienen la capacidad de contribuir a la regulación de la temperatura del planeta” señaló Copes, que añadió: “efectuamos el seguimiento porque cualquier variación de esos parámetros nos puede llevar a un desequilibrio con consecuencias graves para toda la biota”.
La Argentina participa de ese programa de monitoreo global mediante estaciones ubicadas en La Quiaca, Pilar, Buenos Aires, Comodoro Rivadavia, San Julián, Río Gallegos y Ushuaia, además de las antárticas. Marambio es una de las estaciones de monitoreo atmosférico más importantes, incluso en lo que hace a la medición del ozono.
“En el total de gases que componen a la atmósfera –continuó Copes- el ozono tiene un porcentaje pequeño (alrededor del 0,00006 %) pero justamente ese porcentaje insignificante junto a su papel de filtro de la radiación UV, lo hacen tan vulnerable e importante”.
El ozono atmosférico se mide en unidades Dobson; el nivel normal no debe descender de 220 unidades; por debajo de esa cantidad se considera “agujero de ozono” que en realidad es un adelgazamiento de la capa de ozono. Si se comprimiera a nivel del mar la cantidad normal de ozono, la capa sería de 2,2 mm, equivalentes a las 220 unidades.
La medición del ozono se efectúa de tres maneras: en “vuelo”, mediante equipos instalados a bordo de globos sonda que ascienden a la estratósfera (llegando a más de 30 km de altura) que envían datos a la estación de tierra; y con dos tipos de espectrofotómetros de superficie, los denominados Dobson y Brewer, éste último más automático que aquél. El Pabellón Científico de Marambio cuenta con todas estas capacidades, siendo una de las pocas bases antárticas que puede hacer registros completos de ozono. En septiembre de 2013 los científicos de Marambio midieron el mínimo anual de ozono de 164 unidades. En cuanto a la extensión del “agujero”, el máximo se dio en 2003 con una superficie de 27 millones de km² (la Antártida ocupa 14 millones).
¿Por qué se debilita la capa? Aquí confluyen varios factores. Así lo resumió Copes: “En la reacción química del CFC, componente presente en los aerosoles, cada átomo de cloro reacciona con el ozono destruyendo miles de moléculas; por otro lado, las nubes estratosféricas polares -formadas por vapor de agua y ácido nítrico, que se dan cuando la temperatura en la estratósfera desciende por debajo de —78 ºC junto a los rayos del sol, generan una destrucción acelerada del ozono, principalmente en primavera” concluyó el técnico antártico.
Otro factor que influye sobre la capa de ozono en el denominado vortex o vórtice polar, que son sistemas de vientos de altura similares a huracanes, con velocidades de más de 400 km/h medidos en 2013, que no permite que le aire rico en ozono generado en las zonas tropicales llegue a la Antártida.
El Centro Meteorológico Marambio, del SMN, realiza observaciones sinópticas del tiempo, elabora pronósticos, centraliza los datos de todas las bases argentinas y los envía a la Central Buenos Aires, donde se introducen en el sistema de Vigilancia Meteorológica Mundial.
Ferretero
Gonzalo Gambarte es técnico del SMN y está en Marambio desde noviembre de 2013. Su trabajo en el Pabellón Científico consiste en la puesta a punto y calibración del instrumental de medición, los registros diarios y el lanzamiento de los globos sondas. “Los datos que recogemos aquí en Marambio se comparten con varios países; nuestra estación y la de Ushuaia son muy consideradas a nivel internacional” puntualizó Gambarte, oriundo de Lanús, en el conurbano bonaerense.
¿Acuerdo de aerosoles con el FMI?
Otras de las tareas científicas más importantes que se dan en Marambio es la participación en un convenio de investigación entre el SMN y el Instituto Meteorológico Finlandés, cuyas siglas son las tristemente célebres FMI. Las actividades de investigación en el marco del proyecto internacional ANTAS (Antarctic Coastal and High Plateau Aerosols and Snow) consisten en la instalación de instrumentos para la medición de aerosoles (partículas líquidas y sólidas suspendidas en la atmósfera) bajo el método in-situ, y de radiación y parámetros meteorológicos. En Marambio, los instrumentos de este proyecto, controlados por los argentinos, se encuentran en una cabina especial ubicada en la periferia del casco principal de la base.
“La importancia de los aerosoles radica en que contribuyen a la regulación de la temperatura del planeta —explicó Copes— la forma y tamaño reflejan o dispersan la radiación y actúan como núcleos de condensación en la formación de la nubes. También se monitorean dióxidos de azufre, hollín y gases de efecto invernadero”.